miércoles, 26 de junio de 2013

Leo poesía,
como quien lee el periódico
a las 3 de la madrugada.

La leo en la terraza
de mi piso,
que tampoco es mío.

Mientras un vecino le grita
a su mujer, su novia, su amante
o como sea que la considere.

Le llama "puta" una y otra vez
rompiendo sin parar objetos de su piso,
que tampoco debe ser suyo.

Se llena la boca
con cada una de las cuatro letras,
inculcando miedo.

Y lo consigue.
Más allá del radio
que él imagina.

Hasta que el estruendo cesa.
Alguien ha llamado a la policía.
Y no he sido yo.

Poema en ayunas - Carlos Salem

Dos bandos irreconciliables
mis amigas.

Unas lamentan que ya no sea
aquel cabrón jactancioso
que iba contando polvos
como el que cuenta los charcos
que ha pisado en cada esquina.

Dicen que has llenado de almíbar
mi poesía.

Otras celebran
que por fin hable de cosas
que le ocurren a cualquiera
que me sepa vulnerable y mortal
y conozca el miedo a perder
en el momento exacto
en que voy ganando.

Dicen que ya me lo merecía.

Aumenta la hostilidad entre ambos bandos.
Pronto comenzaran los ataques preventivos.
La guerra parece inevitable y lo sabía.

La próxima vez que nos veamos
amor
quitate el alma
y déjala caer a los pies de la cama
que yo volveré a desnudarme
de los uniformes a medida
que me han cosido mis amigas
para zambulirme en ti
y revolcarnos en salado almíbar
o beber el vino de tu copa que nunca se vacía
mientras la gente
afuera
se mata por decidir
si eres buena o mala

para mi poesía.

sábado, 15 de junio de 2013

Regalos bien guardados

Es preciso quedarse quieta, a veces. Decidir observar y callar, sin marcharte. Ocurre a menudo cuando ella esta cerca, en alguno de sus esplendores. La necesidad imperiosa de admirar sus detalles, analizarla lo justo para conocerla y anticiparla pero sin quitarle la esencia, se hace inevitable. 

Suele pasar cuando queremos registrar momentos, rostros, hechos marcados, reacciones y expresiones brillantes. Procuramos atender, observar concentrados, para que no se escapen, para que no se disipen pocos segundos después y quedárnoslas. Aun con la consciencia de la dificultad de almacenar demasiados recuerdos fotográficos, nos esforzamos en trasladarlos a la memoria y agarrarlos fuerte.

Después de años de esfuerzo he conseguido retener imágenes, no demasiadas a mi pesar, que le pertenecen gracias a la pasión que me suscita. Hablo de sus sonrisas. Gozo de su amplio repertorio, esperando siempre identificar una nueva que me fascine. Como una niñita pequeña, las contemplo, las provoco y las disfruto para hacerlas perdurar.

Aunque todas ellas tengan un claro parecido, cada una despunta diferencias mágicas. Aparecen como sonrisas sencillas, encantadoras, enloquecedoras, grandes, seductoras, pegadizas, a medias, alegres, ruidosas, hermosas, cautivadoras... La sonrisa de haber logrado algo, la sonrisa de satisfacción por haber cumplido un deseo o un duro esfuerzo. La sonrisa humilde de disfrutar de personas queridas en su rutina. La sonrisa de realización por haber aprendido algo nuevo que le alimenta el intelecto. La sonrisa de despertar en un día nuevo con fuerzas y ganas de arrancar. La sonrisa de lujuria en momentos de instintos de deseo y efervescencia. La sonrisa de diversión en cosas sencillas. La sonrisa de gratitud sincera ante apoyos incondicionales.

Todas ellas y algunas más, he conseguido registrarlas, conocerlas, identificarlas e incluso anticiparlas y adivinarlas antes de que aparezcan. Y es increíble como suceden e iluminan, como transmiten y contagian si les prestas la suficiente atención. 

Vivo con ellas y las exprimo todo cuanto puedo. 
Me las regala. Las adoro.
Sé que pueden quedarse conmigo, que las puedo guardar. Se han convertido en mis tesoros, las tengo agarradas. Ahora también son mías, se las he conseguido robar, sin quitárselas.