miércoles, 18 de diciembre de 2013

Amor con premeditación

Sigo sin poder decir con certeza como empezó esto. Si fue ella, la que como imán innegociable, me arrastró a sus caderas. O si fui yo, como encontrando de un soplo la mezcla entre fuego y locura, me lancé a su suerte. Aun no podría discernirlo aunque, tal vez, sean lo mismo.

Llevaba ya en ella escrito el poder de romperme en trocitos irreconstruibles. Lleva ya ese día, grabado en su espalda, el desgarro que iba a poder causarme algún día, allá a lo lejos (o no tanto). Leía en cada uno de sus gestos el caos que podría llegar a detonar en mi vida. Y le otorgué, como quien regala su alma a un ángel caído, todo lo que podía guardar en mi pecho. Decidí, en ese mismo instante, que le iba a entregar mi esencia hasta los huesos...para siempre.

Y, desde entonces, me prometí que pasaría mi vida buscándola. Buscando una mirada suya, un roce con caricia, un coche fortuito, un encuentro casual e inocente.
Todo ello sin decir que me pase horas y días andando por las mismas calles, repitiendo los mismos bares y los mismos barrios, intentando encontrarla con un golpe de suerte con más premeditación que cualquier delito. Pasando meses descubriendo pistas, mandando señales al viento que quisiera susurrarle, dedicando cualquier entretiempo en el que pudiera encontrarla.

Me consumía en cada noche de ausencia de luna nueva y despertaba al siguiente amanecer con la nueva esperanza de coincidir con ella en cualquier sitio, cualquier día, a cualquier hora. Resurgia de cualquier marea, con tal de provocar cualquier encuentro casual que me la prestara unos minutos mas. Aquí. Donde el ruido desaparecía y ella lo llenaba todo.