jueves, 24 de abril de 2014

Un adiós de los grandes

En un agujero en la piedra, con polvo y escombros, frio y oscuro, con un poco de cemento y silencio. Así terminamos todos cuando la vida no puede más. La belleza o la frialdad del momento no se rigen bajo ningún baremo que toque en lo que se haya hecho aquí. Unos lo llaman paz, otros crueldad.

Puedo contar que te has ido dejando, al menos, seis almas quebradas. Seis que necesitan marcharse a sus refugios para aceptar tu adiós. Y la séptima, más adelantada y más fiel que las demás, no puede esperar a volver al hogar, ya que apenas siente que pueda seguir llamándolo como tal. Y es que tu no podrás volver.

Pero, entre llanto y ausencia, encontramos un espacio para recodar. En tu memoria agarramos fuerte tus letras de saber tirar siempre adelante, protegernos entre nosotros y buscar una nueva estrella a la que seguir en madrugadas difíciles. Nos aferramos a aquella época en la que tu dopamina no jugaba en este ring. Y resurgen admiraciones que de repente hace más felices nuestra infancia, gracias a ti.

No te dedicamos palabras, no emitimos sonidos, no habrá en estos días versos que no supieras ya de nosotros. Ni siquiera nos despedimos apenas. Solo nos arrastramos hacia todo esto que no pudimos evitar.

Estamos asustados y desamparados. El miedo y la soledad nos invaden.

Tú llenas un agujero con apenas espacio para nada más. Aquí dejas huecos llenos de vacío y brechas llenas de pérdida. Esta sí se engancha a los tobillos, a peso y en silencio.

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