viernes, 24 de junio de 2011

Forense

Hoy es noche de verano, un verano caducado. La noche triste de las cosas que nunca dije.
Y aunque en Uruguay dicen que igual eso de la edad es relativo, diría que a veces cuando llegas tarde, ya no vuelves a alcanzar nunca el punto de llegada. Vuelves a los enfoques de fuga, a los puntos de partida y a los escapes de un stand by.

Parece sencillo cuando te sacan con amabilidad todo lo que quisieras borrar de tu vida. En una sala clara y fría, donde dos hombres te miran con cierta incredulidad y reescriben cada destrozo. No puedes negarte y menos desaparecer entre detalles.
Hablo como si pudiera dormir con ello, de aquellas épocas en que éramos un único todo. Algo enfermizo y sobrepasado de los límites supuestamente humanos.
Hablo de tu poca sensibilidad y tus mentiras piadosas como si no se me fuera la vida en ello. Hablo de los homicidios internos que provocaste y te sigo defendiendo a continuación, como si fuera los más natural del mundo.
Salgo, casi en flotación inerte. Me alejo preguntándome cuál sería el número que seguiría la serie de desconciertos. Ya que tu imagen mental me mira con condescendencia, yo me convenzo de que ya no me quieres para nada.


Y acabo temiendo los veranos. Como si el sol, del que me escondo, fuera a quemarme y a deshacer todo lo que no he preservado.

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