Blanco. A veces el dolor es blanco. Es
el dolor primario, el simple, el profundo. El que te causa el mismo
cuerpo en protesta de su propia insuficiencia. Lo llamamos dolor
blanco, por como nos nubla la mente. Por como nos la vacía de todo,
para poder concentrarnos tan sólo en la tortura corporal. Y nada
más.
Todo pierde color, los contornos no
importan, los matices menos, las luces molestan, la compañía sobra. El mundo entero desaparece. Y
sólo te queda una simple dualidad: tu oscura habitación y tu pálido
rostro.
Y en la escena... queda un aura gris,
una cama demasiado grande, un goteo constante, unos gritos
desconsolados y la mirada de dos niñas, hacia el suelo o hacia
cualquier otro lugar.
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