miércoles, 9 de noviembre de 2011

Sin tocar

Concluyo como increíblemente alucinante el paso de estos días aparentemente rutinarios. Me encuentro, de golpe, ante unos niños enmudecidos al mundo, con mil estereotipias (y pensar en el progreso de Paula me hace sonreír).

Los veo aquí, a mi lado, metidos en esa cárcel que les aprieta la cabeza constantemente. Las noticias que recibo de ellos proceden de un mundo que se halla a una incalculable distancia del nuestro. Casi nada de lo que tiene validez aquí, vale algo allí. Intento, casi sin resultados, seguirles la mirada. Viajar con ellos hacia donde van sus ojos, probar de romper esa barrera que les haga aparecer donde yo ubico su luz. Mientras me rompo el alma por conseguir que pronuncien una palabra comprensible en mi idioma, me encuentro en un rincón con Tim. Los dos nos sumergimos en el complejo estado de transición, al intentar penetrar el cielo con una pelota de espuma. Y acabo mirando puntos muertos, hacia el infinito, pero no mas allá.

Me encantaría explicarle, a pesar de lo que digan, que puede gritar por la calle todo lo que quiera. Que puede decidir aislarse si no le gusta lo que le rodea. Que puede mantenerse en silencio cuando algo le duela. Que puede elegir no participar del engaño de su contexto.
Incluso contarle, que las estrellas son los sitios en que las moléculas de las que esta hecha la vida, se crearon billones de años atrás. Y por ejemplo, el hierro de su sangre se creo en una estrella.

Pero no puedo, porque no sé. Así que termino desistiendo a responder todo aquello que hace años me quema las entrañas. Y, por unos instantes, decido colarme en su universo sin que él me haya invitado y dejar de intentar obligarle a que ponga sus pies en esta tierra poco compasiva, para buscar el limbo que nos separa y nos une.

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