lunes, 27 de agosto de 2012

Inerte


Son las 5:32 de la madrugada y me sobresalto al creer oír el ruido de un avión. Entonces, me doy cuenta de que eso es imposible desde donde yo vivo. Y pienso que me habré dormido. Y me vuelvo a percatar de que eso también es imposible, ya que sólo son las 5:32h, aunque sólo sea lunes.

Pero ese ruido imaginario me hace sumergirme en miles de vidas desconocidas, así, de golpe. Todos en constante movimiento. Los del sur yendo hacia el norte, buscando mejores despertares. Los del norte yendo a cualquier otra parte del mapa que les pueda convencer para tomarse un margarita en agosto. Desplazándose, buscan sueños que creen no poder tener en el lugar donde han pertenecido alguna vez. Ya sean temporales, circunstanciales o permanentes.

Y eso hacemos todos los que tenemos las posibilidades suficientes. Nos han enseñado a plantar raíces y luego estar en constante movimiento, decidiendo por el camino si volveremos al punto de salida o no algún día. Marcando "X" aquí y allí. Buscando siempre un lugar, queriendo alcanzar destinos.

Pero yo este verano he decidido plantarme. Quedarme quieta, rebelarme contra mi (una vez más). Autoparalizarme y exigirme tener determinación de hacia donde me dirijo, al cien por cien, antes de dar ni un solo paso más. Convertirme en un destino, ser un lugar. Y quedarme con todo aquel que me visite y me ofrezca de vuelta una visita a su parcela. Elegir a las personas que ya hayan recorrido lo suficiente, de momento, y que ahora sean un destino en si mismas. Escoger desde la quietud y decidir que quiero moverme o no, pero sin que ninguna marea de ningún tipo me arrastre. Convertirme en un eje, unos centímetros desviado. Pero sólo para coger perspectiva. Perspectiva y carrerilla. Como en todos los grandes saltos.

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