domingo, 2 de septiembre de 2012

Reencarnación

La Big Mama ha vuelto de viaje. Un viaje largo, un tanto transformador. Tanto, que asusta. Las mañanas en casa siguen su curso, pero ella ha digievolucionado. Y no sólo satisfecha con eso, decide pasarme el turno. Me ha traído regalos. Entre ellos una pequeña pulsera, para el tobillo. Una de esas que yo odio. De las que hacen ruiditos cuando caminas. Que no dejan de repiquetear todo el tiempo. Y sin dudar me la pongo, me la pongo para no quitármela. Que se quede ahí hasta que muera; de sucia, de oxido, de vieja o de desgaste.

Me he quedado aquí demasiado tiempo. Así, quietecita. En silencio, para no sudar más de lo necesario. Como si mi vida pudiera transcurrir sin mi y, además, yo estuviera de acuerdo. Pero me ha jodido la jugada, me ha roto la estrategia. Ahora han cambiado las reglas y me ha descolocado la perspectiva del tablero. Toca hacer ruido, tímido, pero ruido. A cada paso y cada pisada. Un sonido medio sordo, incluso molesto, que diga "Estoy viniendo, estoy pasando, me estoy yendo. Pero, en definitiva, sigo aquí."

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