lunes, 23 de abril de 2012

Fin de prácticas

Nunca me han gustado las despedidas. Pero no hace mucho aprendí que cerrar bien las cosas es vital para continuar. Así que acepté que me hicieran una fiesta de "Adiós".

Aunque el adiós es relativo cuando la mitad de mis niños no entienden qué es lo que está sucediendo. Para no entender, no entienden ni que es una fiesta. Comprenden que algo extraño pasa, que su mundo ordenado y rutinario se ha roto por algún motivo. Y que la gente sonríe sin saber muy bien porqué.

Me despido de los adultos primero, que son los más niños. Gente llena de vitalidad y corazón, que se mueren cada día dando todo lo que pueden de si mismos. Y luego de los pequeños, uno a uno. Con el mínimo objetivo de conseguir un cruce de miradas con algún contenido. Algo que consigo con algunos y con otros no.

Me dejo a Dani el último, que se queda un rato más conmigo. Jugamos a todo lo posible en mi mundo y en el suyo. Como si fuéramos cruzando a ratos entre un universo y el otro, para acabar siempre juntos. Me habla con su vocabulario extraño, que no puede descifrar ni el mejor psicólogo. Me arrodillo ante él, me lo quedo mirando y le sonrío. Él, me abraza.
Y yo, con el corazón a todo volumen y los ojos tristes, decido que es el momento de irse. Le digo que es el niño más guapo del mundo, que crezca mucho y que le prometo que algún día volveremos a vernos.

Me marcho. Cierro la puerta detrás de mi. En ese mismo instante oigo como rompe a llorar y grita mi nombre. Se me estremece el alma y bajo rápido las escaleras hacia la calle. Sé que empezara a autolesionarse a continuación, pero ya no puedo quedarme más.

Te he querido con todas mis fuerzas. Adiós, pequeño.

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