Brindar
en vasos medio vacíos, de un viernes cualquiera, se ha convertido ya
en un ritual muy poco chaman. Como una explosión hecha instante,
mientras nos obligamos a que todo lo demás nos importe una mierda
ahí fuera.
Me
tocas mi pelo corto por la nuca y es como si me quedara sin tabaco,
un día de insomnio, a las 4 de la mañana: el mundo se transforma y
me siento indefensa.
Yo
suelto ironías estúpidas y tu te ríes con resignación, mientras
preparas algún dardo que lanzarme para que empiece a pisar los
frenos. Entonces lías dos cigarrillos y, sin preguntar, das por
hecho que vengo a fumar contigo.
Mientras
me buscas para que te devuelva una sonrisa, yo contengo mis ganas de
abrazarte. Y miro hacia el suelo, como si se me hubiera caído algo,
para que no me veas chapotear en mi charco de indecisiones incómodas.
Cuando, finalmente, tu me devuelves al mundo tirándote al sofá del
bar y haciéndome un hueco. Y yo te pongo una mano en la pierna y me
siento como en casa sin separarme de tu lado.
Nunca
preguntas de más, ni esperas de menos. A la vez que yo hablo de más
y te cuento lo que menos importa. Pero si lo dicen los Beatles, sera
que tienen razón y es lo que necesito.
Marco
mis pasos y te los aclaro siempre a destiempo. Reniego a saber hacia
dónde voy pero sé que querré pensar en no controlar mis impulsos
al verte de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Construcciones